DOMINGO. 20 DE OCTUBRE DE 2013
Mis Aventuras Sobre el Papel
Hace una semana puse en marcha una iniciativa que, como ya suponía, no ha tenido mucho éxito por culpa de la falta de lectores que por el momento tengo. La iniciativa, que a pesar de los malos resultados obtenidos no pienso abandonar, se llama Mis Aventuras Sobre El Papel y consiste en que todos aquellos que améis escribir me mandéis algún cuento, relato, poesía e incluso dibujo, lo que queráis para que yo pueda publicarlo en el blog y lo lea todo el mundo y así daros a conocer. Como me apasiona escribir y actualmente no puedo por falta de tiempo y mucho que estudiar, deseo que este blog se convierta en un lugar donde, todo aquel que adora jugar con las palabras para crear sus propias historias y todo aquel que se deleite leyéndolas, venga aquí y pueda hacerlo.
Mis Aventuras Sobre el Papel
Hace una semana puse en marcha una iniciativa que, como ya suponía, no ha tenido mucho éxito por culpa de la falta de lectores que por el momento tengo. La iniciativa, que a pesar de los malos resultados obtenidos no pienso abandonar, se llama Mis Aventuras Sobre El Papel y consiste en que todos aquellos que améis escribir me mandéis algún cuento, relato, poesía e incluso dibujo, lo que queráis para que yo pueda publicarlo en el blog y lo lea todo el mundo y así daros a conocer. Como me apasiona escribir y actualmente no puedo por falta de tiempo y mucho que estudiar, deseo que este blog se convierta en un lugar donde, todo aquel que adora jugar con las palabras para crear sus propias historias y todo aquel que se deleite leyéndolas, venga aquí y pueda hacerlo.
Deseosa de que esta iniciativa tenga éxito (os sigo rogando que participéis) quiero ser yo la primera en dar un paso al frente y dejaros un pequeño relato que escribí hace mucho. Aún estaba en el instituto cuando esta historia surgió y fue fruto de mi interés por participar en un concurso que se celebraba en mi ciudad para conmemorar el centenario de nuestro puerto. Espero que esto sirva de ejemplo de lo que anhelo conseguir con el tiempo y os haga disfrutar un poco, aunque os pido que seáis indulgentes conmigo pues hace mucho que lo escribí y era muy joven cuando lo hice. Por cierto, para aquellos que se lo pregunten sólo quedé finalista y me llevé una birria de Mortadelo y Filemón y un libro que ya tenía en mi estantería.
Ojalá os guste y gracias por leerlo.
"Después de un rato seguían sin aparecer, así que pasé la mano
varias veces por la luz del farol. Y la vi. Una figura de mujer en el fondo. Lo
primero que pensé es que alguien se había caído de algún barco, pero no vislumbré
ninguno. Cuando me disponía a saltar para rescatarla ya no estaba. El farolillo
ya no era suficiente luz. Alcé la vista y las nubes de tormenta se habían
tragado la luna. La brisa se tornó ventisca y el agua comenzó a estar cada vez
más inquieta. Una ola golpeó la barca dándole la vuelta y algo me dio en la
cabeza. Recuerdo que antes de quedarme inconsciente comencé a sumergirme en las
profundidades oceánicas sintiendo cómo la cabeza se me iba. Debí de estar
inconsciente varios minutos. Cuando desperté la mar, enloquecida, chocaba con
fuerza contra la costa que se acercaba vertiginosamente. Algo tiraba de mí a
mucha velocidad. Me sentía tan aturdido que no me di cuenta cuándo esa cosa me
lanzó a la orilla. Unas cuantas nubes se movieron dejando a la luna iluminar el
aspecto del ser que me había salvado. Tenía forma humana, como de mujer, con un
largo cabello negro azabache, cuya piel era de escamas de un verde azulado.
Desapareció entre las bravías olas siendo su cola lo último que pude ver".
Las Historias del Mar
Hace
ya bastante tiempo de esta historia, tanto que mi memoria ha rectificado
algunos detalles, pero no por ello la he olvidado. Por diversos sucesos en mi
vida acabé visitando una ciudad de la costa de G*: M*.
M*
era un lugar curioso, de casas blancas, y muy conocido por su caña de azúcar,
cuyos cultivos dominaban gran parte de la zona. Me resultaba curioso porque la
primera vez que oí hablar de M*, creía que se trataba del típico pueblo
pesquero con las casas pegadas a la costa y al nivel del mar. Pero me
equivocaba, las casas se hallaban a más de dos kilómetros de la costa,
construidas en la ladera de una montaña. Las montañas y el mar se encontraban
muy cerca y parecían aislar a M* del resto del mundo, formando dos barreras
naturales infranqueables. La razón de que las casas estuvieran tan lejos de la
costa, como más tarde averigüé, se remontaba a varios siglos atrás, cuando los
piratas berberiscos amenazaban el Mediterráneo.
Me
dijeron que la persona que buscaba podía estar en el puerto y hacia allí me
dirigí. Pasé ante varios almacenes y pregunté a unos estibadores que
descargaban la mercancía de un gran barco, pero dijeron que esa persona no
volvería hasta más tarde. Como no tenía nada que hacer y el fuerte olor a
pescado de la mercancía me mareaba, decidí dar un paseo. Cuando dejé atrás la
zona más comercial del puerto comencé a percibir mejor ese salado olor a mar.
Se había levantado viento y las nubes amenazaban con tormenta, el mar bravío
golpeaba con fuerza el casco de las pequeñas embarcaciones que se balanceaban
al vaivén de las olas, y algunos rayos de sol se asomaban tímidamente entre las
nubes que avanzan impasibles oscureciendo todo a su paso. Sin previo aviso los
relámpagos iluminaron el cielo y la lluvia comenzó a caer con fuerza sobre el
puerto. Encontré refugio en un pequeño bar de pescadores que tenía aspecto de
antiguo.
El
local se encontraba en penumbra, apenas entraba una tenue luz por las sucias
ventanas y habría creído que era el único cliente si no hubiera tosido uno de
los marinos mercantes que había sentados a la barra. Preferí sentarme en una de
las mesas próximas a las ventanas y comencé a contemplar las fotografías en
blanco y negro que adornaban las paredes. En una se veía a unos pescadores
sonriendo junto a una gran captura, en otra la inauguración de un barco, en una
había una tripulación con aspecto de cansados y demacrados mientras que al
fondo se podían ver los restos de una embarcación, y así eran la mayoría. Se
abrió una puerta y salió el que debía ser el dueño. Era un hombre bajito y de
espeso bigote negro con andares de pingüino, que traía unas velas del almacén.
- - Esto es lo mejor que he encontrado -les dijo a los marinos.
- - Menos mal, porque ya no me distinguía ni las manos -respondió uno
de ellos con un fuerte acento extranjero.
- Por
fin alguien se percató de mi presencia.
- - ¿Qué le pongo? -me preguntó.
Tras
un rato los dos marinos pagaron y se dirigieron a la puerta. Nada más abrir, el
frío viento arremetió contra los que estábamos dentro y pude ver cómo la lluvia
caía incluso más fuerte que antes. Aquello más que una tormenta parecía una
lucha encarnizada entre las fuerzas de la naturaleza.
- - Me parece que hoy no zarpamos -dijo el marino más robusto a su
amigo.
Este
tenía unas cuantas cicatrices que le surcaban el rostro y le faltaba una mano.
El compañero no tenía cicatrices ni le faltaba una mano, pero estaba muy
castigado y tenía unas profundas ojeras que le daban cierto aspecto calavérico.
Sus ropas eran un poco extrañas, pues se me antojaban un tanto anticuadas,
aunque como todo en ese bar. Los marinos volvieron a sentarse a la barra.
- - Todo pasó un día como éste -dijo una voz. Por primera vez vi la
silueta de un hombre semioculto entre las sombras, en una mesa al fondo. Se
inclinó hacia delante y la luz de las velas descubrió el rostro de un anciano
pescador de piel curtida y muy morena. Debía de contar con unos sesenta y
tantos años, como delataban su pelo blanco y las marcadas arrugas.
- - Esto se pone interesante, hace mucho que no contaba lo sucedido
-me dijo el dueño en un confidencial susurro.
- - ¿Qué murmullas? -le espetó el anciano pescador. Tomó un sorbo de
su cerveza y continuó. -Como decía, todo ocurrió un día como éste. Nada parecía
anunciar la tormenta que más tarde se adueñó del cielo y enfureció a la mar
sacando su lado más agresivo. El día transcurrió como si nada, con el sol
resplandeciente. Yo había decidido ir a pescar ese día por la noche, para estar
más tranquilo sin la presencia de otras embarcaciones pululando por allí, ni de
las obras de ampliación del puerto. Aún recuerdo estar caminando por el muelle
hacia mi barca y contemplar la luna llena en lo alto del despejado cielo. La
mar estaba tranquila y parecía acunar suavemente la barca mientras me alejaba
de la costa. Coloqué las redes y puse un farolillo para atraer a los peces.
- - Menuda ridiculez, además de borracho, pirado -dijo el marino
manco.
- ¡Cómo te atreves! -le gritó muy enfadado el pescador al que le
temblaba de manera convulsiva el vaso de cerveza.
- - Me atrevería incluso a decir que la única caña que has manejado en
tu vida es la que tienes en la mano.
El
comentario del marino hizo que se levantara con tanta brusquedad que tiró la
silla.
- - ¡Maldito! Antes de que tú nacieras yo ya era pescador en este
puerto. Mi abuelo y mi padre dieron su vida a la mar y ayudaron a levantar el
puerto de M* cuando vinieron los catalanes. Mi abuelo participó en la
construcción del muelle para que la gente como tú no tuvieran que esperar a
otras barcas para descargar las mercancías, y...
- - Haya paz, haya paz -interrumpió en tono conciliador el dueño. -No
vale la pena.
Pero
el marino lo ignoró por completo.
- - ¿Quieres oír una historia de verdad? -cogió una de las velas y se
sentó a la mesa del pecador. - Pues escucha, abuelo.
Hizo
una pausa durante la cual el anciano pescador fulminó al marino con la mirada,
y continuó:
- - Mi amigo y yo nos habíamos embarcado en un carguero para Gran
Bretaña. Durante varios días no sucedió nada, el cielo estaba despejado y el
mar en calma. Pero a la mañana siguiente el sol ya no viajaba con nosotros y
aún recuerdo cómo el frío viento nórdico azotaba nuestros rostros en cubierta.
Llevábamos mercancía de más y habíamos tenido que poner parte de la carga en
cubierta. Cuando estábamos enganchando la cosas, aquí mi amigo, se dio cuenta
de que los cables estaban muy deteriorados, y se lo dijimos al capitán, pero
nos gritó que nuestro trabajo era otro, no el preocuparnos por el mantenimiento
del carguero. Mientras terminábamos de asegurar los cables el tiempo cambió
bruscamente provocando un fuerte oleaje y, debido al peso excesivo, el barco
comenzó a zozobrar peligrosamente. Juntos intentamos terminar de asegurar las
últimas mercancías, sin embargo en ese momento el barco se inclinó demasiado,
los cables no soportaron el peso y tiraron la mercancía al mar, arrastrándome a
mí con ella. Noté que uno de los objetos que transportábamos me seccionaba la
mano - dejó ver ante todos el muñón que en otro tiempo había sido su mano -, y la
sangre tiñó la zona en la que me debatía con el mar para no ser engullido. El
frío Atlántico me entumecía los músculos y me atravesaba dolorosamente, como si
me clavaran agujas de hielo. Mi camarada no vaciló y se lanzó al agua, pero no
fue el único que quería rescatarme, los tiburones habían percibido la sangre.
No recuerdo nada más pues quedé inconsciente, aunque sé que desperté en una
bonita playa.
Tanto
el pescador como el marino se quedaron mirando con aire desafiante durante un
rato.
- - Ninguna sirena vino a rescatarme, debían estar muy ocupadas
peinándose -le dijo con sorna.
- - ¡Yo sé lo que vi! -le gritó el otro y volvieron a enzarzarse en
una disputa.
Fuera
la lucha entre las fuerzas de la naturaleza cesó. El sol había ganado a la
tormenta, cuyas nubes, acompañadas por el viento, se retiraban hasta la próxima
batalla. Me hubiera gustado quedarme a escuchar más historias, pero tenía una
cita que no podía eludir.
Por
alguna extraña razón, a pesar de haber zanjado el asunto que propició mi viaje,
estuve en M* unos días más. El último día antes de mi marcha, decidí volver al
puerto para visitar el bar de pescadores. Ya no me pareció tan anticuado por
fuera. Por dentro todo estaba más limpio y luminoso, y las paredes tenían más
fotografías, incluso algunas en color.
Mientras
esperaba a que apareciera el dueño para que me atendiera, vi una fotografía
suya en la que sonreía junto a un niño pequeño, más abajo otra mostraba el
rostro moreno y curtido del pescador, pero esta foto pertenecía a un recorte de
periódico, en cuyo titular ponía: “Pescador desaparece en mitad de una tormenta
en la costa de M*”. No salía de mi asombro, en el recorte ponía que había
sucedido en 1930, hace más de veinte años. Salió un hombre del almacén y me
preguntó qué deseaba. Le pregunté por las fotografías, en concreto por la del
pescador, me contó que había desaparecido una noche hace mucho tiempo y nunca
se pudo encontrar su cuerpo. También le pregunté por la del dueño, que resultó
ser su padre, que muy aficionado a la pesca se fue un día a pescar a las rocas,
con tan mala suerte que una ola lo tiró y el fuerte oleaje hizo que se ahogara.
Conforme me iba contando, el terror me invadía. ¿Acaso me había vuelto loco y
todo me lo había imaginado? Me contó que hacía ya bastante, llegaron a la playa
de M* los cuerpos de unos marinos mercantes que desaparecieron de un carguero
en alta mar varios días después de salir del puerto rumbo a Gran Bretaña. Pero
lo que más me aturdió fue cuando me confesó que no era el primero que le
preguntaba por su padre, el pescador y los dos marinos.
Mientras
dejaba a mi espalda el bar, decidí dar un paseo por el muelle. Las gaviotas
volaban majestuosas en el cielo a la vez que las coloridas y desgastadas barcas
de los pescadores se balanceaban suavemente. Los almacenes, las máquinas, los
barcos y todo el puerto en conjunto, fue bañado por el rojizo resplandor del
sol que se escondía en el horizonte. Loco o no, nunca olvidaré esa imagen y aún
menos las historias. He seguido visitando M* y en especial ese lugar del puerto
en el que he vivido los mejores momentos de mí vida.
FIN
Ana
Granger